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jueves, 4 de diciembre de 2008

Maneras de tomar el pelo.

Cronopio




un cronopio se ha caído, en las fauces del diablo

Bien es sabido que todo esto gira en un repertorio de total engaño. Que en el intento de establecer la claridad como materia coagulante, hay que advertir nomás de entrada, que en su totalidad lo que se dice es falso, y por ende, se cae en el fracaso. Que cuando más se avance sobre este terreno del presente parcelado entre lectura, yerba mate y respiración, lo absurdo irá tomando cuerpo en proporciones considerables a la sospecha. Exactamente esa sospecha que se acerca sigilosa en busca de una silla y una copa de coñac. Y que si de algún modo, inevitablemente incrédulo, alguien se atreviera a aproximarse hacia el final, cosa que dudo, habría que salir corriendo a ponerle un cartel de bienvenida, siempre previsto en estos casos, y amablemente, adjuntándole un mechón de pelos enfrascados en formol, invitarlo a que se retire.

A esta altura, el que escribe siente que toda acción por detener el malhumorado vaivén sostenido de los lectores sea probablemente reprimido a golpes de renglón. Ordenadamente. De derecha a izquierda. Pim pum. Perdón. Paf pum. De izquierda a derecha.

¡Paren que esto es una joda!, grita (¿o escribe?) el que escribe desesperado al ver que se ha metido en cosa seria. ¡Paren!, que el hotel está repleto. No me quedan más habitaciones.

Salvo excepciones, como la de aquellos que entienden que la recuperación del cabello ya no tiene sentido, la primera reacción viene de piña. El contexto se intensifica con sentimientos que rodean la barbarie. Inmediata formación de una junta cívica en defensa de la violación de los derechos del lector. Gran revuelo entre etiquetas y faltas de respeto. Asentamiento inminente de la crítica literaria.

Mientras tanto de este lado se preparan unas cuantas mesas, (de tablón y caballete) formularios de reclamo, y biromes de colores a elección. En otras mesas un tanto más bajitas y un poco más atrás, exclusivamente pensado en beneficio de niños y personas que prefieren tirarse el día a la marchanta, se preparan vistosas jarras de jugo de naranja y coca cola light.

Todo esto siempre y cuando a nadie se le ocurra imaginarse que su mechón de pelos enfrascados en formol sirva de gran cosa.       

                                                                                                                  

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo conservo un mechón de pelos que mi madre había guardado cuando todavía era un bebé. ¿Tiene alguna relación esto con lo que escribes?